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RODOLFO MORALES
SIEMPRE VIVO

Texto:
Alessandra Galimberti

REMEMBRANZAS EN UN CAFÉ DE NANCY MAYAGOITIA

Hace unos meses, me senté junto con Nancy Mayagoitia en una de esas terrazas que, desde la pandemia, han empezado a pulular en el centro histórico de la ciudad de Oaxaca; extensiones de cafés y bares al aire libre, ubicadas en las azoteas debidamente acondicionadas, desde donde se divisa un paisaje lleno de cúpulas y de copas de árboles entrecruzadas por laberínticos cables de luz o teléfono.

Me senté con ella para entrevistarla en torno a un taller profesional de litografía, el de Mark Silverberg, que estuvo funcionando en la ciudad en la segunda mitad de los años 90; como sucede normalmente en este tipo de encuentros, la palabra empezó florecer y fluir por derroteros varios hasta dar con Rodolfo Morales.

Nancy Mayagoitia es una figura central dentro del desarrollo del arte de Oaxaca, de su proyección comercial y del impulso a su coleccionismo. En el año 1987, fundó una de las primeras galerías en la ciudad (Arte de Oaxaca), especializada y abocada a apoyar a los artistas locales. Ahí fue donde conoció a Rodolfo Morales con quien fue trabando de a poquito una honda y cálida amistad que se prolongaría hasta el fallecimiento del maestro en enero del 2001:

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“Cuando inauguramos prácticamente no lo conocía. Empezó una amistad despacito. Él se hizo a la costumbre de venir una vez a la semana a la ciudad, desde Ocotlán, de donde era originario y donde había regresado a vivir después de muchos años en la Ciudad de México. Acostumbraba llegar los jueves para ver gente, visitar artistas, pendientes, lo que fuera. Y poco a poco tomó la costumbre de llegar también a la galería y tomarse un cappuccino del Bar Jardín conmigo. Lo teníamos que tomar en la galería porque en aquel entonces, yo me la pasaba ahí: yo abría, yo cerraba, yo limpiaba, yo enmarcaba, yo me hacía cargo de todo, no teniendo al principio quien me apoyara. No había en esos años el movimiento de arte que hay en la actualidad. Esperabas que entrara alguien a curiosear, que entrara alguien a comprar, pero nada que ver con el bullicio que vemos ahora. Los jueves se volvieron pues el día esperado del encuentro fantástico con Rodolfo. En la  galería siempre había  obra a revisar de algún artista nuevo que quería exhibir. Creo que llegaban más artistas que clientes. Entonces con Rodolfo nos poníamos a ver los cuadros y a comentarlos. Poco a poco se fue corriendo la voz que los jueves llegaba ahí, por lo que empezó a acudir gente a saludarlo. La galería se llenaba de vida.

Un elemento clave que  ayudó a fraguar ese vínculo de aprecio y respeto mutuo entre Nancy Mayagoitia y Rodolfo Morales fue el gusto compartido por sus collages:

“Su gran pasión siempre fue hacer collages y posiblemente haya sido el detonador del acercamiento tan especial como el que tuvimos. Él platicaba que llevó sus piezas, hechas con tanto cariño, a su galería en México, pero que nunca mostraron ahí mayor interés. Entonces como que quiso probar conmigo y un día llegó con unos collages debajo del brazo y me los mostró; en ese momento, me deshice en cumplidos, en sonrisas, en felicidad de ver ese otro arte que, más que su oficio (el óleo era su oficio, el que aprendió en la academia), era un arte que brotaba directamente de su corazón. Recuerdo que me compartió, como si fuera una confesión, que todos los días se levantaba y, antes de desayunar, con el silencio de las primeras horas de la mañana, se dedicaba a crear esas obras".

Rodolfo Morales. Sin titulo. Collage. Imagen tomada de internet

La pasión de Rodolfo Morales por la técnica del collage no era algo nuevo:

 

"Se remontaba a la década de los 60. En aquella época recurría mucho al papel china, pero luego -al temer que lo fueran a comparar con Chucho Reyes- fue integrando una gran cantidad de componentes diversos; el recuerdo vivo de la mercería de su tía, en su infancia, le dio la idea de usar listones, encajes, estambres y todo tipo de materiales que se encuentran en ese tipo de expendio. También empezó a incorporar etiquetas, recortes de periódicos y revistas viejas, así como elementos varios que encontraba aquí y allá. Yo misma empecé a pasarle cosas. A mí me encantaba coser, así que todos los retales que me iban sobrando, terminaron en sus cajones de materia prima. Los collages siempre estaban muy inspirados en las añoranzas o estampas de su vida en el pueblo. Me encantaban. Mientras estuvo en la Ciudad de México, solía darles el acabado con unos marcos que encontraba en el Mercado de la Ciudadela; de esos que se utilizan para los espejos. Ya aquí, en Oaxaca, identificó y se encantó con el trabajo del maestro hojalatero Silvio Agüero, del tradicional barrio de Xochimilco, quien se encargaría de enmarcarle todas las piezas”.

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Rodolfo Morales. Sin titulo. Collage. Imagen tomada de internet
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Rodolfo Morales. Sin titulo. Collage. Imagen tomada de internet
Rodolfo Morales. Sin titulo. Collage. Imagen tomada de internet

Otro punto de encuentro entre la promotora de arte y el artista fue el de la filantropía que, a la postre, desembocaría en la constitución de la Fundación Rodolfo Morales:

“Un día llegó y me dijo que quería hacer un donativo a la Cruz Roja de Oaxaca; quería donarle un cuadro. Para entonces, un óleo suyo rondaba los 5,000 dólares. Ya era más dinero. Y me dijo de nada sirve que les dé el cuadro porque no saben a quién venderlo, ni cómo hacerle, entonces me gustaría pedirte que lo vendieras sin que cobres comisión para poderles entregar la totalidad del dinero. Encantada, le contesté. Un cuadro no te vuelve rica, ni pobre, ni mucho menos si vas a ayudar”.

A partir de entonces se labró una fuerte complicidad entre ambos:

“Más adelante, expresó el deseo de poner una biblioteca en su casa para que se llenara de niños que fueran  a leer. Así se hizo y puso a disposición sus libros de arte y novelas, a la vez que compramos la colección completa de Porrúa de Sepan Cuántos y varias enciclopedias, aparte de los muebles necesarios. Todo eso se adquiría con el dinero de la venta de sus obras. Él vivía prácticamente de su pensión que recibía del ISSSTE. Con eso comía, no pagaba renta. Casi todo el dinero que generaba a partir de su arte, lo podía destinar a lo que él

quisiera. Entonces, poco a poco, las cosas se fueron poniendo serias. Llegó una petición de la Comisión Nacional de Emergencias, un grupo de voluntarios que se moviliza  para conseguir ambulancias, viejas, americanas, con algo de equipo, y que se morían de ganas de tener una en Ocotlán. La carretera al pueblo era en aquel entonces una vialidad muy peligrosa, muy angosta donde a cada rato había volcaduras, choques, percances. Y tenía que ir la ambulancia desde Oaxaca a socorrer a  los heridos. Por esa razón, Rodolfo también pensó que era una buena opción, por lo que decidió pagar una de su bolsillo. De esa manera, se disparó la voz de su generosidad. Poco después, emprendió la iniciativa de la restauración de los templos, arrancando con el de su pueblo. A partir de ahí, los comités de iglesias de las comunidades aledañas empezaron a buscarlo sin parar, pidiendo su ayuda. Él recibía amablemente las peticiones y les decía que se revisarían en la junta semanal de la Fundación que era, en realidad, nuestra reunión de los jueves de los cappuccinos en el bar El Jardín; la mesa directiva éramos él y yo para decidir si se apoyaban los proyectos con dinero, material o lo que fuera. Eran tantos, los proyectos, que decidimos formalizar la Fundación que llevaría su nombre y quedaría finalmente constituida en el año 1992”.

Rodolfo Morales. Sin titulo. Collage. Imagen tomada de internet
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Rodolfo Morales. Balcón, 1975. Litografía, 56 x 76 cm.

En este contexto general, y ante el deseo de brindar a los coleccionistas obras con diversidad de técnicas, así como de dotar de recursos a la Fundación para el cumplimiento de su objetivo, se pensó en la elaboración de litografías, retomando el trabajo en piedra que el maestro Rodolfo Morales había explorado anteriormente, muchos años antes, estando en la CDMX:

“En 1975, Rodolfo Morales había hecho unas pocas litografías por pedido de la Galería Estela Shapiro. Todas ellas habían sido impresas por el famoso Luis Remba, con quien Rufino Tamayo inventó la mixografía. Desde entonces, Rodolfo no había vuelto a hacer gráfica porque, decía, no le gustaba repetirse. Por eso al principio como que se quería resistir a la idea de entrarle otra vez a la litografía, hasta que le hice ver que las ediciones de originales múltiples no son, en realidad, repetición, ya que la matriz sobre la piedra o sobre la placa de metal o cualquier otro soporte, es única. Y así fue como empezamos. Hacíamos carpetas para ofrecérselas a los coleccionistas que querían apoyar la labor de filantropía. Tuvieron muy buena recepción porque, la verdad, eran

fabulosas. Rodolfo tenía una gran maestría para realizar sobre la piedra sus dibujos sin que se le escapara ningún detalle. Aprovechó para volcar su amor por la representación arquitectónica pueblerina. Para cada litografía escogíamos juntos 4 ó 5 pasteles de una caja de 48 colores. Con los crayones seleccionados, iluminaba una prueba de impresión como referencia cromática para el encargado del taller. Ya que estaban listas, nos reuníamos en la galería y les poníamos los títulos correspondientes”.

Las estampas fueron impresas inicialmente en el taller del maestro impresor Raúl Soruco y, luego, en el de Mark Silverberg, sobre el que yo andaba investigando. Ya me habían comentado con anterioridad que, precisamente ahí, pocos días antes de fallecer, Rodolfo Morales había estado trabajando un dibujo en una piedra. No alcanzó a terminarlo, pero sí logró dejar a la posteridad un invaluable legado artístico y, a decir de Nancy Mayagoitia y todas las personas que -como ella- tuvieron la fortuna de conocerlo, un maravilloso legado humano.

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Rodolfo Morales. Te sigo esperando, 1999/2000. Litografía,  40 x 60 cm.
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